En su obra Comercio y Pobreza, el economista Jeffrey G. Williamson aborda de manera profunda cómo los cambios en el comercio global a lo largo de los siglos XIX y XX han influido en la creciente brecha entre los países ricos y los países pobres. El análisis de Williamson se centra especialmente en las economías periféricas, que, a pesar de experimentar un auge en el comercio de materias primas, no lograron aprovechar estos beneficios para desarrollarse de manera sostenible.
La Gran Divergencia: La Brecha Creciente
Durante el siglo XIX, la globalización y el auge del comercio internacional marcaron dos eventos clave: las naciones industrializadas de Europa y Norteamérica vivieron un proceso de revolución industrial, mientras que las economías periféricas, al depender en gran medida de la exportación de materias primas, no experimentaron el mismo tipo de crecimiento. Esto originó lo que se conoce como la Gran Divergencia, una brecha cada vez mayor en el nivel de vida y la renta per cápita entre las naciones industriales y las más pobres.
Williamson plantea que este fenómeno no fue solo una cuestión de comercio, sino que también estuvo impulsado por un conjunto de factores económicos que afectaron a las economías periféricas de manera desproporcionada. Entre ellos destaca el síndrome holandés, la volatilidad de los precios de las materias primas y la desindustrialización.
Síndrome Holandés: La Dependencia del Petróleo y la Pobreza
El síndrome holandés se refiere a la paradoja que enfrentan muchos países ricos en recursos naturales. A pesar de que la abundancia de recursos puede parecer un motor de crecimiento, estos países a menudo sufren un desajuste económico cuando experimentan un auge en los precios de los productos básicos, lo que provoca una sobrevaloración de su moneda y hace que otras industrias, como la manufacturera, pierdan competitividad. Williamson argumenta que, si bien la globalización benefició a las economías ricas, las economías periféricas, dependientes de unos pocos recursos naturales, se vieron vulnerables a estas fluctuaciones.
Volatilidad de los Precios: Un Ciclo Peligroso
La volatilidad de los precios de las materias primas se presenta como otro factor clave que agravó las desigualdades globales. Durante el siglo XIX, los países periféricos vivieron altos niveles de incertidumbre económica debido a la fluctuación de los precios de productos básicos como el café, el caucho o el cobre. Williamson destaca que, mientras que las economías industrializadas pudieron mitigar los efectos de esta volatilidad al diversificar su producción, los países en desarrollo quedaron atrapados en una especialización excesiva, lo que los hacía vulnerables a las caídas en los precios internacionales. Esta inestabilidad afectó gravemente los ingresos, los términos de intercambio y la capacidad de inversión en sectores clave para el desarrollo.
Desindustrialización y Creciente Desigualdad
A medida que las economías periféricas dependían cada vez más de la exportación de materias primas, su capacidad para desarrollar industrias propias se reducía. Este fenómeno de desindustrialización ocurrió en gran parte porque el comercio mundial favoreció a los países industrializados que producían manufacturas, mientras que las naciones periféricas quedaron estancadas en una especialización en recursos naturales. A pesar de que los términos de intercambio favorables incrementaron temporalmente los ingresos de estos países, el comercio global reforzó la dependencia de sectores primarios y las economías de los países pobres no lograron diversificarse.
La desigualdad también se disparó, ya que los beneficios del auge del comercio de materias primas fueron capturados por una pequeña élite económica, lo que consolidó su poder político. Esta situación contribuyó a la falta de reformas que pudieran fomentar el crecimiento económico sostenible en la periferia.
Lecciones para el Futuro: Intervención y Diversificación
A lo largo de su libro, Williamson subraya que, aunque el comercio global contribuyó a la Gran Divergencia, no fue el único factor. El principal responsable de esta brecha fue el aumento de los términos de intercambio que beneficiaron a las economías ricas y afectaron a las más pobres. Sin embargo, la lección clave de su análisis es que los países periféricos que lograron intervenir activamente en sus economías, adoptando políticas favorables al crecimiento y la industrialización, pudieron superar los efectos negativos del comercio y la dependencia de las materias primas.
Williamson resalta que la diversificación económica es esencial para cualquier país que quiera romper el ciclo de dependencia. Aquellos países que apostaron por la industrialización, por ejemplo, a través de políticas de sustitución de importaciones o la implementación de aranceles, lograron reducir la vulnerabilidad de sus economías a la volatilidad de los precios y construir bases más sólidas para el desarrollo.
Un Llamado a la Acción
La obra Comercio y Pobreza ofrece una visión crítica sobre cómo el sistema económico global, a través del comercio y la especialización en recursos naturales, ha contribuido a la pobreza en muchas regiones del mundo. Para Williamson, la respuesta radica en que los países en desarrollo no solo deben abrirse al comercio, sino también aplicar políticas estratégicas que les permitan diversificar sus economías, reducir la desigualdad y minimizar la volatilidad de los precios. De esta forma, podrán avanzar hacia un crecimiento económico sostenible y una mayor equidad en la distribución de los beneficios del comercio global.
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